martes, 29 de marzo de 2011

A Don Ramón Duque Rico


Hoy, recuerdo recuerdos.
Los años de instituto para mí no fueron ni malos ni buenos. Fueron. Hubo sus cosas malas: profesores sin vocación que insultaban a los alumnos impunemente, otros que utilizaban fuertes cargas sexuales de todo tipo en clase en los primeros años de la E.S.O. como puro divertimento... espero que solo fuera eso. Bueno, la verdad es que el cuerpo docente deja mucho que desear. Los primero, compañeros inclinados a la delincuencia hacían sus primeras "pillerías" y los curas contaban milongas que ni ellos creían. Recuerdo en especial una de ellas que hoy me hace gracia. Un cura en los clásicos "buenos días" nos contaba que Don Bosco olvidó sus libros un día al ir a clase. El profesor mandó leer a Don Bosco y este, según el cura, empezó a leer de memoria. Leyó tres páginas seguidas sin libro. Curiosamente este milagroso hecho no se cuenta en su biografía.
Entre tanto, uno hacía lo que podía. Me peleaba con las matemáticas y me resignaba de rabia al ver al profesor de las cargas sexuales, que daba Inglés, dar Historia, poniendo positivos a sus ojitos derechos por decir en clase cosas como que los romanos inventaron una mezcla de barro y oro para los templos. Con todo esto los años pasaron. Y como si fuera ahora mismo recuerdo las primeras clases de Historia en 3º de la E.S.O. La persona que allí se presentaba era un hombre huesudo, canoso, mirada profunda y sonrisa simpática. Don Ramón daba las clases de Historia como el que charlaba en una terraza. Lo mejor de todo es que, entre sus historias y disertaciones, te había metido la política americana de los reyes católicos tan ricamente. El camino a casa eran comentarios jocosos de lo que Don Ramón explicaba y, sin darnos cuenta estábamos casi repasando su clase.
El primer año decidió llamarme Don Francisco ya que, según él, yo iba para obispo, lo que pasa es que me malearon. Desde entonces hasta nuestra última conversación me siguió llamando de la misma forma, aunque ya con la connotación de respeto mutuo. Mis compañeros nuevos se extrañaban cuando entraba en clase y se dirigía a mí de tal forma. Al poco tiempo ya no se asombraban, ya que las clases llegaban a ser una conversación de dos. Mis compañeros, abrazando la manga ancha que dejaban en él los años de docencia, no atendían a clase. Mientras tanto Don Ramón se acercaba a mi pupitre y empezaba a describir la crisis de Felipe II teniendo como hilo conductor los piojos de la ilustrísima majestad. En las divagaciones de la Historia hablaba de la Segunda Guerra Mundial contando la anécdota de los condones de Churchill. También contaba sus andanzas quijotescas de cuando él era joven y estudiante. Cómo se colaba en los cines y daba los capones ya de profesor. Aunque de eso también puede dar testimonio mi padre y otros amigos suyos. Yo solo recibí uno y os juro que nunca llegué a pensar que tan poca cosa, que era todo hueso, diera tanto dolor de cabeza. El truco está en el giro de muñeca, como él bien confesó.
Más adelante, durante unos tres años no me volvió a dar clases. Mientras otros hacían el payaso dando clases de Historia y poniendo cara de tipo duro. Lo que me reí el día en que Don Ramón me contó cómo ese cagamandurrias que se las daba de duro con los chavales, ejerciendo un despotismo que más quisiera para sí Luis XIV de Francia y que encima se hacía el progresista de izquierdas en clase. Pedazo hijo de puta. Era según sus palabras "más besasotanas que las beatas de Santa María" en las reuniones de claustro docente. Lo mejor es que el cagamandurrias este tenía la desvergüenza de llamar "chocho" a Don Ramón, siendo él más inútil que yogur de cebolla. No se puede esperar mucho de un estancado y pobre intento de bohemio que no aprendió las verdaderas lecciones de un amante de la Historia como lo era Don Ramón.
El último día que Don Ramón dio clases fui a visitarle con un buena botella de vino. Las palabras que me dedicó ese día me las guardo para mí, pero tengo muy claro que su apoyo y ánimo me valieron en mucho para estar donde estoy hoy. Él me enseñó el lugar donde siempre puedo estar en paz, donde puedo olvidar problemas y pasar horas y horas agradables descubriendo y pensado. Ese lugar está en los libros, documentales y todo lo que tenga que ver con la Historia. Él me cogió de la mano y me enseñó cómo caminar por ella. Y hoy, después de más de un mes, me entero de que ya no está. De que se fue.
Sé que cuando vuelva a Mérida y pase por la Jonh Lennon buscaré con la mirada ese bar donde pasaba las horas esperando ver que esté allí para saludarlo. Quizá anhelando poder despedirme y darle las gracias por su tiempo, que para siempre será parte de mi historia.


"…Te escribo esta líneas


en papel,


espero que donde estés


El correo llegue bien. "